Hace unos días tuve la oportunidad de realizar un viaje por motivos de trabajo y, la verdad, es que resultó muy enriquecedor (espiritualmente hablando, claro).
España es un país que suele avergonzarse de sí mismo. Qué suele renegar de lo propio.
Pues bien, he estado de viaje por Castellón interior y me he sentido muy muy orgullosa de ser española y del carácter luchador y creativo de los españoles.
El interior de Castellón es una zona que, como carece de playa y pistas de esquí, a priori parece que carece de atractivo turístico. Sin embargo, lo que me he encontrado son pequeños municipios que luchan por sacar a la luz su legado histórico -un verdadero tesoro-, para darlo a conocer y así, porque no, utilizarlo como reclamo turístico y forma de vida; pero también para que no se pierda.
Y me he encontrado con cosas tan surrealistas como torres de murallas en venta, que pertenecen a particulares que no pueden mantenerlas y que, pese a que llevan cinco siglos luchando contra viento y marea, si nadie lo remedia (y parece que esto no es muy probable) no pasarán de este lustro.
¿Y no hay forma de protegerlo? Ojalá el patrimonio de este país estuviese a salvo y hubiese economía como para preocuparnos de nuestra historia, pero el común de los mortales, ahora mismo, con preocuparnos por nuestra propia subsistencia, vamos que nos matamos. Y el resto… El resto es el resto y poco hay que hacer (o decir). Ya nos arrepentiremos, ya. 
Pero no se trata sólo de edificios monumentales (como una casona del siglo XVI con capilla adosada, que los vecinos vigilan desde la distancia por si las nevadas finalmente hunden su techo, mientras que su propietario permanece ajeno en la gran ciudad -probablemente sin poder hacer demasiado para remediarlo-). También hablo de tradiciones y legados históricos intangibles: recetas de cocina que unos pocos se esfuerzan por conservar con los productos originales y fieles al buen hacer de sus ancestros pero que, si el mercado no les da salida, terminarán por ser simples páginas de un recetario en valenciano antiguo, que nadie recordará como llevar a la práctica, ni como era ese sabor del medievo.
O esa forma de hacer queso. Ajeno a las grandes producciones de las fábricas. Elaborado artesanalmente como cuando el hacer queso era simplemente una forma de conservar el excedente de leche para cuando llegaban los tiempos de vacas flacas (y nunca mejor dicho). 
Son, en definitiva, tradiciones y costumbres que unos cuantos «locos» se esfuerzan por mantener y divulgar. Para ganarse la vida honradamente, por supuesto, pero también para que nuestra historia siga creciendo y enriqueciéndose, sin perder sus tradiciones.
«Si un árbol pierde sus raíces, es árbol muerto»
La inmortalidad del cangrejo 