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Inmpotencia

Publicado: 24/09/2013 en Relatos
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Hacía tiempo que el desánimo se había apoderado de Sandra. No existía un motivo aparente o quizás eran todos a la vez. 

Depresión -sentenció Luis, su médico de toda la vida. 

Cada día para ella no eran nada más que una sucesión de horas. Sin entusiasmo. Sin grandes novedades. Sin grandes sobresaltos. cama2

Nacho esta noche parecía tener ganas de ella. La desidia también se había apoderado de esa faceta de su vida. Su libido parecía haber muerto y, la verdad, es que tampoco lo echaba de menos. Pero esta vez sí sintió el deseo de sus besos, sus abrazos

Fue muy placentero, pero muy muy rápido. Casi violento incluso.

Consiguió sentir placer con una intensidad que hacía mucho tiempo que había olvidado y tras el clímax, en el que los dos parecían cabalgar hacia la extenuación, yacían desnudos, abrazados como dos muñecos de trapo.

Estaba cómoda. Relajada. Se sentía muy bien. No quería moverse ni que nada cambiase a su alrededor. 

Habría podido permanecer siglos en aquella postura simplemente escuchando y sintiendo como su corazón y su vientre deceleraban el ritmo. 

Nacho la estrechó entre sus brazos: 

Te quiero. – Susurro en su oído. 

Sandra, en ese momento, sintió una pena de esas que duelen. De esas que parece que te van a partir el pecho en dos. Como una desgarradora puñalada. No tenía sentido. No entendía nada. 

La amargura llegó también a sus labios, pero sus ojos estaban secos. 

Poco a poco, el dolor se convirtió en una extraña sensación de alivio y notó como su cuerpo se quedaba sin fuerzas y se liberaba de todo pesar. Notó como dejaba de existir

Nacho tardó en darse cuenta de que Sandra ya no respiraba.

¿Qué estaba pasando? Nada tenía sentido. Sin embargo, cuando miró a Sandrá buscando una explicación, vio una expresión de paz que casi no reconocía en el rostro de su novia de toda la vida.

Las facciones de Sandra estaban relajadas. Su ceño, ya no estaba fruncido. 

Nacho no encontraba la lógica ni a lo que había sucedido ni a lo que él mismo sentía, sin embargo, sin coherencia alguna, entendió que Sandra necesitaba salir de ese cuerpo que la estaba ahogando