La vida de cada uno de nosotros se va escribiendo con cada paso que damos. Sin embargo, hay parte de nuestro trayecto que ya está marcado por lo que llamamos la carga genética.
Mal rollo. Es ese legado, esa herencia a la que pocas veces nos referimos por algo positivo. Si alguien habla de carga genética suele ser para referirse a una enfermedad. A la evolución que seguirá nuestro cuerpo más allá de lo que hagamos o elijamos.
Pues bien, en mi testamento vital venía escrito que el mundo se borraría ante mis ojos a pasos agigantados. Que según lo fuese conociendo, iría desapareciendo. Pero un día tuve la suerte de topar con alguien que no podía borrar esa trayectoria que heredé de mis mayores, pero sí ponerle la zancadilla a su destructiva evolución. Y puso todo lo que estuvo en sus manos para que ese camino hacia mi ceguera fuese ralentizándose hasta parecer incluso estar en punto muerto. No pudo borrar lo escrito en mi ADN, pero busco y rebusco con todos sus fuerzas para darme las herramientas que complementasen mi defectuoso organismo.
Y mientras él luchaba contra mi ADN, el suyo acechaba traicionero. Imagino que, en algún lugar de este planeta, habrá muchas otras personas luchando por frenar lo que en su testamento venia escrito. Y día tras día, gracias a él, mi mundo se desvanece mucho más despacio de lo que nadie podría imaginar y sin embargo, su carga genética fue ganando la batalla y su mundo se fue apagando. Su cuerpo desaprendió todo lo de sus 50 y pocos años le habían enseñado y la ELA ganó la batalla.
Y así, mientras yo miro y veo gracias a él, sus pulmones se olvidaron de respirar, sus músculos desaprendieron a moverse y, en este caso, gracias a Dios, una demencia precoz le evitó ver como a él, luchador donde los haya, el ADN le ganaba la batalla.
Todo indica que apenas le quedan unas horas de «vida». Sin embargo, somos muchos los que le debemos tanto que, si con nuestro agradecimiento pudiésemos luchar contra su deterioro, sin duda, mañana estaría otra vez en su consulta, estudiando una y otra vez cada caso con el mimo y la testarudez con la que siempre lo hizo. Gracias Ángel por enfocar tantos mundos que se borraban. Descansa en paz.